lunes, 29 de octubre de 2012

guerra y paz interior


Todo empezó cuando varios centenares de enemigos desbordaron nuestra formación por el oeste, seguimos dominados por el centro mientras por los francos nuestra caballería aguantaba bien al enemigo, pero en el maldito ala izquierda perdimos fuelle. Como mandamás, mi misión fue reorganizar las líneas. Mandé a un grupo de guerreros fornidos, que aguantarían la formación aún sin quebrar, acompañados de varios arqueros para sostener ese ala, mientras todavía podíamos dominar por el centro. El ala derecha no dejaba de preocuparme, pero todo parecía claro: el ala aguantaría.
Pasan los minutos, el enfrentamiento no acaba. Decido unirme al ataque en el ala derecha para insuflar ánimos a mis compañeros de contienda: “Por nuestra patria. Que la alianza enemiga caiga bajo el yugo de nuestros pies”. Nuestra alianza de minotauros, orcos y demás tendría que destrozar a estos humanos de una vez por todas. Me adentro en la batalla; flujos de magia corren a mi alrededor, caen algunos amigos, enemigos… nunca se sabe. Pisoteo cuerpos adentrándome en mis propias líneas para encontrarme con el enemigo. Al verme, mis propios soldados vociferan y aúllan con más valor para darse a valer ante mis ojos; si lo hubieran hecho antes, todo hubiera sido diferente.
Tres mandoblazos y el primero de mis oponentes cae al suelo; a mis pasos, cientos de mis guerreros buscan desesperados congraciarse conmigo tras darse cuenta de que estoy aquí porque ellos no supieron mantener su posición.
Sigo adelante.
No es sólo cuestión de honor.


Ahora necesito una victoria total o la muerte. Me agacho y ensarto a uno de los elfos guerreros de mis oponentes con mis cuernos, mientras, una arquero acaba de atravesar a un mago de las filas enemigas. Envío mensajes al ala derecha para mandar más magos y sanadores para igualar algo esa ala; tendrán que aguantar si quieren seguir adelante.
Avanzo.
Bramo para dar más coraje a mis tropas, que están decayendo en este ala. Parece que ni mi ayuda mejora la actual situación; parece incluso que está decayendo el espíritu. A mi alrededor caen demasiados de mis hombres. Busco al culpable de la catástrofe. Alguno de sus hechiceros estará apoyando con magia negra sus tropas.
Cargo contra otro enemigo que dejo atrás para que otro se encargue de él, mientras yo busco con la mirada al causante de mis bajas. Un mago a los lejos parece invocar mucho flujo a su alrededor; insto a mis arqueros, cazadores y demás que lancen una andanada hacia ese malnacido. Todo se perderá si no consigo acabar con él, mientras está distraído esquivando flechas, lobos y demás, aprovecho para correr hacia él y cogerle por sorpresa, aunque el sorprendido acabo siendo yo. Me lanza un hechizo de fuego que por milímetros no me alcanza. Miro atrás donde aullidos de dolor auguran una muerte aliada.
Cuando ya estoy cerca, el mago intenta huir, pero ya es demasiado tarde: mi hacha clama venganza y su filo ansía su sangre. Me arrojo sobre él. Le agarro la cabeza, y de un hachazo se la arranco del cuerpo mientras aúllo para demostrar que he acabado con una pieza clave de los enemigos. Detrás de mí, mis hombre se hinchan de valor y se lanzan a la contienda, pero más que asustados, mis enemigos parecen más fuertes que nunca. Agarro una montura mientras intento presentir que es lo que les da tanto coraje; busco mi puesto de mando donde acertar a ver como se desarrolla la batalla sin los informes confusos de cientos de voces en mi cabeza.
En la colina el aspecto no es mejor; el centro se a quedado estancado mientras el ala derecha está ahora con un poco más de empuje y el ala izquierda la he perdido de vista. Busco desesperado alguien con informes sobre esas alas, era crucial esa información. Sobre mi cabeza los mas desalentadores pronósticos surcaban un mar de dudas.
Busco alguien que pueda cambiar el curso de la guerra; mandé exploradores a modo de espías para intentar infiltrse tras las líneas enemigas y buscar alguna jugada sucia que decantara la guerra a nuestro favor pero tampoco tenía noticias de ellos; esto sigue sin ser bueno. Busco algún apoyo que dé fuerzas al empuje incial en la primera linea; encuentro a algún que otro luchador que, poco contento con la contienda, estaba intentando dejar las líneas y, tras un arreón, lo devuelvo a la formación.
Busco deseperadamente el ala izquierda. ¿Cómo demonios puedes perder un ala entera? Además, el ala derecha debería estar venciendo. En cualquier momento deberíamos poder tener noticias de ese maldito ala.
Todo parece mas sombrío; el cielo se encapota y un rugido estremecedor aparece por nuestra espalda. Miro desesperado intentado discernir el origen de tal rugido.
El maldito ala izquierda enemiga ha aparecido a nuestra espalda. Eso no augura nada bueno de la nuestra propia. Intento reagrupar nuestras líneas en un vano intento por controlar la situación.
Imposible. Cientos de hombres caen a mi alrededor y muchos intentando defenderme; si muero yo, muere la última esperanza de nuestro ejército.
Todo está perdido; hemos sido rodeados de la manera mas estúpida que concibo, perder nuestra ala izquierda y ,por ende, dejar que la suya nos cogiera por la espalda.
Solo quedamos unos pocos que seguimos defendiéndonos. Las fuerzas no son las mismas y las múltiples heridas de combate nos daban aún menos esperanzas. Todo parece menos nítido, una realidad alternativa, como si el mundo dejara de ser. Un arquero clava en mi la saeta que predice la muerte, caigo de bruces en el suelo. Todo ha acabado; la muerte me espera impaciente.
Miro a mi alrededor.
El mundo parece ahora menos honorable.
Las tierras que parecían tan reales hace un momento, desaparecen a mi alrededor.
Gritos en la lejanía.
Pero esta vez no son de guerra, no son de lucha ni magia.
Son los gritos de mi madre diciendo si quiero algo de merendar.
Suelto el mando de la consola.
Todo ha acabado.
Por un momento el mundo que vivía era tan real.
Cuanto deseaba haber muerto con gloria como su avatar.
Y haber vivido todas esas aventuras.
Se mira en el espejo, mira los restos de comida que ha dejado a su alrededor la batalla, no parece que sea tan honorable ahora el haber estado en esa batalla.
El reflejo del espejo no es más que un envoltorio asqueroso que le recuerda la triste existencia, sus kilos de más, sus ligues de menos. Cuanto deseaba ser un minotauro de verdad, empuñar ese hacha de guerra, conjurar los hechizos como el juego, ser tan épico y tan real como lo sintió hace un momento.
Pero que se le va a hacer, recoge algo más de comida que comer, necesita recuperar fuerzas para la siguiente batalla.
Suelta un suspiro mira sus oreos con ansia y asía el mando como si de un hacha de guerra se tratase, quizá su mundo fuera una mierda pero hoy tenia una batalla que luchar, un ejército que vengar y un mundo alternativo que se le antojaba tan real...
No quería dejar de vivirlo por un instante en su vida.
FIN

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